“Es una pena que no podamos observar algo así en una pantalla. John Dee, el geógrafo y matemático isabelino, tuvo una gran idea, que es justo lo que necesitaríamos. Lanzas un espejo al espacio de forma que viaje más rápido que la luz (eso es lo complicado). Luego, miras el espejo y observas la historia previa de la Tierra, que aparece como una película en una pantalla de cine. La gente que graba películas interminables de fotografías secuenciales de rosas y tulipanes abriéndose se equivoca de idea. Debería apuntar con sus cámaras hacia los bloques de hielo que se derriten, hacia el fondo verde de las charcas, hacia la ola de la marea del río Severn. Debería grabar los glaciares de Groenlandia, algunos de los cuales se escinden tan rápido y crujen de tal modo que los perros les ladran. Deberían grabar la invasión del bosque de abetos septentrional por la tundra canadiense meridional, cosa que está sucediendo ahora mismo a razón de un kilómetro y medio cada diez años. Cuando la última lámina de hielo retrocedió del continente americano, la tierra se levantó cuatro metros¿ Acaso no hubiera merecido la pena ver algo así?
La gente dice que un buen asiento en el jardín trasero de la casa proporciona unas vistas tan privilegiadas como las de cualquier torre de observación de Alfa Centauri. Se equivocan. Miramos a través de un cristal que distorsiona. Nos encontramos en medio de una película o de una escena concreta, y no sabemos qué sucede en el resto de la historia.
Pongamos que pudieras mirar el espejo de John Dee que cruza el espacio a toda velocidad; pongamos el globo terráqueo en relieve estuviera en movimiento como un trompo gigante, y que pudieras insuflar vida a su superficie; pongamos que pudieras ver una película de nuestro planeta con tomas secuenciales en cámara rápida: ¿qué verías? Imágenes transparentes moviéndose a través de la luz, una infinita tormenta de belleza.
En sus inicios aparece envuelta en neblina, iluminada con ráfagas de luz aleatorias y deslumbrantes. La lava emana y se enfría; los mares hierven y se desbordan. Las nubes toman forma y se desplazan: ahora puedes ver la superficie del planeta a través de retazos de claridad. La tierra se estremece y se fragmenta como un bloque de hielo dividido por una brecha que se ensancha. Las montañas emergen, se elevan, se pulen y se suavizan ante tus ojos vistiéndose de bosques como si fueran de fieltro. El hielo se repliega y hace que las tierras verdes se sumerjan bajo el agua para siempre; luego el hielo regresa. Los bosques brotan y desaparecen como anillos de hadas. El hielo vuelve a replegarse, las montañas se transforman en lagos y la tierra húmeda se eleva sobre el mar como una ballena que emerge; el hielo regresa.
Las cumbres más altas se cubren de manchas verdeazuladas, desde el sur se extiende un verde amarillento como una ola sobre una playa. Un tinte rojo parece filtrarse desde el norte, por las cordilleras y entre los valles, hacia el sur; tras el rojo viene el blanco, y luego el amarillo verdoso que inunda el norte, luego se extiende de nuevo el rojo, luego el blanco, así una y otra vez, formando patrones de color demasiado rápidos y complejos para poder seguirlos. La película se ralentiza. Ves tormentas de polvo, langostas e inundaciones en una vertiginosa sucesión de imágenes instantáneas.
Céntrate ahora en una orilla y mira el humo de las hogueras a la deriva. Se levantan ciudades de piedra, se propagan y se desmoronan como manchas de flores alpinas que se abren un centímetro por encima del permafrost, esa tierra congelada en la que ninguna raíz puede absorber nada, unas flores alpinas que se marchitan al cabo de una hora. Aparecen nuevas ciudades, y los ríos vierten sedimento sobre sus azoteas; emergen más ciudades y se extienden con forma de lóbulos, como líquenes en las piedras. Los grandes seres humanos de la historia, esos tejidos intrincados y enérgicos que rondaron por la superficie de la tierra, son un borrón vacilante cuya fracción de segundo de exposición a la luz fue tan breve que no es posible obtener imagen alguna de ellos, salvo unas figuras fantasmales encorvadas y sin sombra. Las grandes manadas de caribús se derraman por los valles como escoria, después retroceden, gota a gota, y vuelven a derramarse, como un fluido pardo.
Ralentízalo más, acércate un poco. Aparece un punto, un copo de carne. Se hincha como un globo; se mueve, gira, se detiene y desaparece. Ésa es tu vida. “