Las tres leyes de la divulgación
Si existiera una teoría del periodismo científico, sería bien simpe: entiende, explica y no aburras. Esas son las tres leyes de la divulgación, simples y nítidas.
Primera ley: entender
Aquí es donde se te debe ir el 90%del tiempo disponible para escribir una pieza. En esto, el periodismo científico difiere de otros géneros más habituales Si “alguien ha matado a alguien”, como decía Gila, no hay gran cosa que entender, y lo mejor es que te sientes tras el teclado a detallar los nombres propios, las circunstancias y los calibres de las balas. En ciencia nunca puedes hacer eso: no sabrías ni por dónde empezar tu artículo. Literalmente.
Por ejemplo, imagina que tu material de partida es una investigación titulada On te origins of oxygenic photosynthesis amb aerobic respiration in Cyanobacteria. Si titulas por ahí tu artículo, el lector se irá de inmediato a la sección de deportes. Tu primera y principal misión es entender ese material, y entenderlo a fondo. Solo después podrás titular tu pieza: “La transferencia de genes entre especies creó el mundo moderno”, como hicimos en la sección de ciencia de El País. Para mí, eso requirió sentarme con los codos en la mesa, leer el trabajo con atención y después preguntar al jefe de la investigación por un punto clave que no quedaba claro en el artículo. Dicho lo cual, me voy a permitir una pequeña digresión autobiográfica. Fui científico profesional antes que periodista. Eso me permitió leer y entender el artículo técnico y formular las preguntas relevantes a sus autores. Pero no estoy diciendo que haya que haber sido científico para eso. Yo mismo tengo que tratar muchos temas ajenos a mi especialidad y he tenido que aprender a entenderlos. El punto no es la titulación académica. Es la formación contínua.
Una excelente idea, por ejemplo, es leer los mejores libros científicos. Hay en español dos colecciones de referencia en este campo: Drakontos ( de Crítica) y Metatemas ( de Tusquets) . Muchos de estos libros están escritos por grandes científicos, y a menudo logran hacerte entender las disciplinas más abstrusas. Estas lecturas darán a tus artículos una virtud muy valiosa: el contexto. Recuerda que, en ciencia lo importante rara vez ocurrió ayer. Sin el contexto- histórico, teórico, social-el periodismo científico está cojo y ciego.
Segunda ley: explicar
Lo esencial para explicar algo es entenderlo primero, desde luego. Pero entender no basta. Cualquier investigador entiende su objeto de estudio, pero muy pocos saben explicárselo con claridad al público. Ignoro la razón de esto. Por otro lado, todo periodista tiene que explicarse con claridad, pero el divulgador científico tiene que ser un maestro en este género.
La decisión más difícil en el momento en que te sientas a escribir es saber a quién te diriges. Cuánto puedes dar por hecho que conoce tu lector. Hasta donde tienes que bajar para aclarar lo más básico, desarrollar el tema de fondo, ilustrar lo más oscuro. Para los periodistas esto es muy difícil. Tenemos que escribir para un lector imaginario del que desconocemos casi todo.
¿Qué hacemos entonces?
Vamos a intentar verlo con un ejemplo. En 2015 se cumplieron cien años de la relatividad general de Einstein, fundamento de la cosmología moderna y una de las dos patas fundamentales en las que se basa la física actual. Mi periódico me pidió una pieza de celebración y me puso en un buen aprieto. La relatividad general es, con la posible excepción de la mecánica cuántica, el asunto científico más difícil de explicar al público. Estrictamente hablando es imposible explicarla sin manejar las matemáticas avanzadas que la sustentan. Así que decidí tirar por otro lado.
Hay un amplio consenso entre los físicos en que la relatividad general no solo es muy importante, sino también la teoría más bella de la historia de la ciencia. Esta relación entre ciencia y belleza me pareció un buen gancho para atraer la curiosidad del lector, así que titulé la pieza: “La belleza cumple un siglo. La gran teoría sobre la gravedad, el espacio-tiempo y el cosmos llega a los cien años en muy buena forma”.
En cierto sentido esto es una trampa. Pero es que la divulgación científica requiere, en ocasiones, esta clase de trampas, porque tu primera obligación es que te lean. Un fragmento del artículo:
“También por fortuna para el lector, y para este torpe redactor, existe una formulación no matemática de la relatividad general que captura la esencia de esta teoría en una especie de haiku o poema zen. Se debe al físico John Wheeler y dice así: La materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse".
El concepto al que me refería es el de la metáfora. El haiku de Wheeler es la mejor metáfora que conozco para explicar al público la relatividad general. Si te dedicas a la divulgación la buena metáfora vendrá siempre en tu ayuda. Aquí no hay trucos ni manuales: tendrás que derrochar inteligencia, conocimientos y creatividad para encontrar buenas metáforas. Y repito: lee libros. De ciencia y de los demás.
Tercera ley: no aburras
Habrás oído mil veces que el buen periodismo es debe ser riguroso, y el periodismo científico lo debe ser también, faltaría más. Pero no confundamos el rigor con el rigor mortis. En ciencia, ser riguroso es extremadamente fácil: en su versión extrema, te bastaría reproducir los artículos técnicos ( papers ) relevantes o las declaración de científico en cuestión para obtener un rigor del 100%. Y un índice de lectura del 0%.
El rigor debe estar dentro de tu cabeza -tienes que haber entendido y metabolizado los datos- pero no abuses de él en tu artículo. El lector no tiene que repetir tu sufrimiento, ni tiene la culpa de que el trabajo científico esté lleno de números muy largos y sentencias muy herméticas. Tu trabajo consiste en convertir esa espesura en un texto fumable, atractivo y placentero.
Para escribir buen periodismo científico la clave son solo tres leyes, y luego te espera una vida entera, maravillosa, de aprendizaje.
Nota mía: Aquí ( clickad encima de la palabra "Aquí") podéis leer el artículo del que habla el autor.
Texto adaptado de un artículo de Javier Sampedro ( Jot Down)